Por Bruno Cortés
En México, hablar de salud mental siempre ha sido como abrir una caja que nadie quiere destapar. Por años se ha tratado como un tema secundario, un “lujo” del sistema de salud o, peor aún, como algo de lo que no se habla. Pero eso está empezando a cambiar. Y sí, desde la Cámara de Diputados.
La diputada Liliana Ortiz Pérez, del PAN, está empujando una serie de reformas que buscan algo tan lógico como urgente: que el Estado —y no solo la buena voluntad de algunos— financie de manera suficiente los servicios de salud mental. ¿Por qué? Porque el problema ya está desbordado.
Durante un foro realizado en San Lázaro, Ortiz soltó una bomba que pocos comentan en medios: una de cada cuatro personas en México ha vivido un trastorno mental, pero solo el 20% ha recibido atención adecuada. Y eso sin contar que 17 de las 32 entidades federativas ni siquiera tienen leyes específicas sobre salud mental.
La situación es todavía más grave entre jóvenes: el suicidio ya es la segunda causa de muerte entre personas de 15 a 29 años, con un alarmante aumento del 30% en la última década.
Por eso, la diputada insiste en que no se trata de hacer una ley bonita para colgar en el archivo. Las reformas que promueve apuntan a que los gobiernos estatales y el federal pongan dinero real y constante para estos servicios. Además, busca que los seguros privados incluyan la salud mental en sus coberturas, algo que hoy todavía es raro, costoso y burocrático.
La idea, en pocas palabras, es que cuidar la mente sea tan normal como atender una gripe. Que ir al psicólogo no sea un lujo, y que exista una red pública y privada que funcione en serio.
En ese mismo foro, participaron especialistas como Feggy Ostrosky de la UNAM, quien remarcó que los problemas emocionales no empiezan en la adolescencia ni en la adultez. Hay señales desde los tres años. “Podemos detectar rasgos de psicopatía en niños pequeños”, dijo, haciendo énfasis en la prevención desde las escuelas.
También estuvo Guillermo Fouce Fernández, de Psicología sin Fronteras, quien habló de otro drama silencioso: la soledad no deseada. Algo que suena muy lejano, pero que todos hemos sentido alguna vez. La propuesta: crear “radares comunitarios”, donde farmacias, tienditas o vecinos sean los primeros en detectar si alguien se está aislando.
La discusión, más allá de colores políticos, dejó claro algo: la salud mental ya no puede seguir siendo el pariente pobre del sistema de salud.
Lo que busca esta nueva agenda legislativa no es solo curar; es prevenir, acompañar, detectar y, sobre todo, normalizar que cuidar nuestra mente es tan importante como cuidar cualquier otra parte del cuerpo.
¿Será esta la legislatura que le dé prioridad a la salud emocional? Está por verse. Pero si algo quedó claro en San Lázaro es que, por fin, la conversación ya empezó. Y eso, para un país que carga tanto en silencio, ya es un paso enorme.
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