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Valentina conmueve San Lázaro: el cine indígena llega al Congreso

Por Juan Pablo Ojeda

 

En medio de trajes, discursos y votaciones, San Lázaro se transformó por un momento en una sala de cine. En esta ocasión, las curules fueron testigos del silencio profundo que deja una buena película. La protagonista: Valentina, una niña de nueve años que enfrenta la pérdida desde su mundo infantil, en una comunidad indígena de Oaxaca. La directora: Ángeles Cruz, originaria de Villa Guadalupe Victoria, que sigue demostrando que el cine no necesita intermediarios cuando nace de la raíz.

La proyección de Valentina o la serenidad no fue un evento cualquiera. Formó parte del Espacio Cultural San Lázaro, una iniciativa que este año —enmarcado como el 2025, Año de la Mujer Indígena— ha apostado por llevar al Congreso las voces que históricamente han sido invisibles. Voces que ahora también cuentan, filman, actúan y emocionan.

Entre marzo y mayo, la Cineteca Nacional y el Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine) armaron una cartelera con lo mejor del cine hecho por mujeres indígenas. Y no es exageración decir que estas películas están cambiando el panorama del cine nacional. Lo que antes solo se veía en festivales especializados, ahora se discute en espacios como el Congreso.

Durante el evento, la diputada María del Carmen Nava del PVEM, celebró esta colaboración como parte de una agenda cultural que busca romper con el folklorismo con el que se suele representar a los pueblos originarios. No se trata de decorar, sino de reivindicar historias propias contadas desde adentro. Por su parte, la diputada Fátima García León, de Movimiento Ciudadano, fue directa: el cine indígena no es una moda, es una transformación cultural. Y lo es porque rompe estereotipos, recupera lenguas, muestra realidades sin filtros y refleja la diversidad del país de una manera que rara vez se ve en la pantalla grande.

Maranta Navarro, del Imcine, explicó que Valentina o la serenidad ha recorrido festivales internacionales, y aún así conserva su sencillez narrativa y fuerza emocional. Es cine que no necesita gritar para conmover. Y aunque fue filmado en una comunidad oaxaqueña, el tema que toca —el duelo— es universal. Eso es parte de su magia.

Israel Herrera, de la Cineteca Nacional, destacó que llevar este tipo de cine al Congreso abre una puerta para que las políticas públicas culturales se conecten con la realidad comunitaria. Porque claro, no se trata solo de proyectar películas, sino de construir puentes entre instituciones, territorios y públicos que casi nunca coinciden en los mismos espacios.

Y justo eso es lo que celebró Salvador Vera, encargado de la agenda cultural del Congreso. Contó que la muestra de cine indígena ya ha recorrido 17 estados, 244 funciones y más de 39 espacios culturales. Pero que ahora, con esta proyección en San Lázaro, el cine comunitario entra de lleno a la conversación política nacional. No como adorno, sino como parte del debate sobre lo que significa ser México en toda su pluralidad.

En un país que muchas veces olvida a sus pueblos originarios fuera del discurso oficial, darles un espacio en la pantalla del Congreso es un acto de justicia cultural. Y ver a Valentina caminar con sus silencios y su tristeza en medio del Palacio Legislativo es un recordatorio de que la política también puede hablar con imágenes, emociones y memoria. Porque sí, hacer política también es contar bien una historia. Y escucharla.

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