Por Bruno Cortés
En el Congreso mexicano, las reuniones pueden sonar acartonadas, llenas de tecnicismos, cifras y siglas que pocos entienden. Pero la verdad es que a veces, entre el ruido político, surgen temas que sí nos deberían importar a todas y todos. Uno de ellos, que volvió a ponerse sobre la mesa esta semana, es el del VIH y la falta de una política pública clara, coherente y con dientes legales para atenderlo como se debe.
El que alzó la voz esta vez fue el diputado Jaime Genaro López Vela, presidente de la Comisión de Diversidad y militante de Morena. Durante una sesión con autoridades de ONUSIDA —el organismo internacional que le hace frente a esta pandemia— López Vela fue directo: necesitamos una Ley General para atender el VIH en serio, no solo programas que se puedan quitar de un plumazo con el siguiente cambio de gobierno. Hoy, el Consejo Nacional para la Prevención y el Control del Sida (Conasida) existe gracias a un decreto, no a una ley, y eso lo hace frágil.
Y lo más duro: todavía hay personas que mueren de sida en México. Esto, a pesar de que existen tratamientos antirretrovirales súper potentes que permiten una vida larga y digna. Pero ¿qué pasa? Que muchos llegan al hospital cuando ya es demasiado tarde. La prevención y la atención están rotas, y no por falta de recursos, sino por falta de voluntad, de estrategia, y sobre todo, de empatía.
En nuestro país el sistema de salud es un laberinto. Si tienes IMSS, vas por un lado; si tienes ISSSTE, por otro; si trabajas en Pemex o eres militar, ni se diga. Pero ¿y los millones que no tienen acceso a ningún sistema? Nadie los coordina, aunque en teoría deberíamos tener una instancia que pusiera orden: Censida. Pero esa coordinación simplemente no pasa, y menos a nivel estatal, donde cada quien jala para su lado.
De hecho, sólo cinco estados tienen leyes locales para atender el VIH: Ciudad de México, Oaxaca, Quintana Roo, Veracruz y Yucatán. Pero ni entre ellos se coordinan. Quintana Roo, por ejemplo, tiene uno de los mayores números de casos del país, y eso que ya tiene ley.
La diputada Laura García Hernández, de Movimiento Ciudadano, tocó un punto clave: sale más barato prevenir que curar. Pero parece que en México preferimos dejar que la gente llegue grave antes de invertir en prevención real. Recordó que cuando Jorge Saavedra dirigía Censida, se hacían campañas con organizaciones civiles, se llegaba a las poblaciones más vulnerables. Hoy, eso prácticamente desapareció.
Al menos, algo se ha avanzado: esta Legislatura ya propuso eliminar leyes que criminalizan a quienes viven con VIH, como el famoso artículo 199 Bis del Código Penal. Y si todo va bien, pronto también se quitarán otros artículos discriminatorios del Código Civil Federal.
Desde ONUSIDA, Luisa Cabal dijo las cosas claras: el VIH sigue siendo una pandemia, y en América Latina los casos siguen subiendo. México, con todo y su peso regional, no está haciendo lo suficiente. Tiene una posición de liderazgo, pero necesita invertir más y dejar de tratar el tema con pinzas.
Yacid Estrada, otro experto de ONUSIDA, dio un dato que alarma: más de la mitad de las personas LGBTTTIQ+ van a clínicas privadas o a farmacias porque desconfían del sistema público, o porque simplemente no hay atención especializada donde viven. Y eso, en el fondo, es una forma de exclusión.
Lo más preocupante es que sigue habiendo estigmas brutales. Hernán Moheno, de la Federación Mexicana de Educación Sexual, explicó que cuando un joven va a pedir PrEP (una pastilla para prevenir el VIH), lo primero que le preguntan es si es trabajador sexual. Así, como si fuera pecado querer cuidarse.
El doctor Javier Cabral fue más allá: pidió a ONUSIDA que se meta de lleno a la educación sexual, que deje claro que esto no es cosa del diablo ni de “sentencias bíblicas”. El VIH no es castigo ni pecado. Es un problema de salud pública y merece una respuesta sin prejuicios, sin miedos y con leyes fuertes que no se borren con un plumazo.
En resumen: en México ya hay medicina, pero la gente sigue muriendo. Hay instituciones, pero no se coordinan. Hay avances, pero siguen sin llegar a quienes más los necesitan. Y sobre todo, hay miedo y estigma. Lo que falta ya no es tecnología. Lo que falta es voluntad. Y eso, más que un tema técnico, es un tema de humanidad.
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