En el estado de Sinaloa existe una ruta turística que no solo conecta paisajes diversos, sino también la memoria viva de comunidades que han crecido al ritmo del río. El recorrido por el Río Sinaloa es una invitación a dejarse llevar, como el agua, por los contrastes de un territorio que transita de las montañas a la costa, del pasado colonial a la naturaleza virgen, del murmullo sereno de los pueblos al canto del océano Pacífico.
El trayecto comienza en Sinaloa de Leyva, una joya colonial enclavada entre la sierra y el cauce del río. Este pueblo, uno de los más antiguos del estado, conserva la armonía de calles empedradas, construcciones de adobe y techos de teja roja que evocan el esplendor de otras épocas. Al amanecer, la luz dorada pinta las fachadas y el aroma a machaca, frijoles y tortillas recién hechas despierta los sentidos en los portales del centro histórico. Aquí, la historia no solo se observa en sus iglesias y casonas, sino que se escucha en la voz de los lugareños y se saborea en cada plato tradicional.
Desde ahí, el camino se desliza hacia Nío, una comunidad pequeña y entrañable que parece detenida en el tiempo. Su encanto reside en la vida sencilla que se respira: agricultores en los campos, niños jugando en las calles de tierra, y familias que aún preservan costumbres ancestrales. Este punto de la ruta es ideal para detenerse, caminar sin prisa, y recordar que la riqueza también habita en lo cotidiano.
Más adelante, el paisaje cambia y se vuelve aún más verde y húmedo al llegar a Tamazula, donde el río vuelve a cobrar protagonismo. Es un destino perfecto para quienes aman el ecoturismo, el senderismo, o simplemente contemplar la naturaleza en estado puro. El entorno ofrece caminatas por veredas ribereñas, el canto de las aves, y escenas rurales como artesanos trabajando con palma o pescadores lanzando sus redes. Es un sitio donde la conexión con el entorno natural ocurre de manera espontánea y profunda.
La travesía concluye en Las Glorias, un paraíso costero donde el río finalmente se encuentra con el mar. Las playas se extienden amplias y tranquilas, el agua tibia invita al descanso y los mariscos frescos —pulpo, camarones, pescado zarandeado— se convierten en la recompensa ideal después de un día de exploración. Las Glorias no solo es un sitio de descanso, sino también un punto de reencuentro con el horizonte: atardeceres vibrantes, cielos en llamas y el vaivén de las olas que relajan cuerpo y mente.
Recorrer esta ruta por el Río Sinaloa es más que una excursión turística: es una experiencia sensorial y emocional, un puente entre la historia y la naturaleza, entre la tierra adentro y el océano. Es, en pocas palabras, un viaje que se queda.
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